Un nuevo fenómeno migratorio se intensifica en el Caribe: miles de venezolanos que habían huido hacia Estados Unidos ahora recorren el camino de regreso. El “flujo inverso”, como lo denomina Naciones Unidas, ha llevado a más de 14.000 migrantes a dirigirse nuevamente hacia el sur, evitando esta vez la peligrosa selva del Darién.
Todo cambió en enero, cuando Donald Trump asumió la presidencia, cerró la aplicación y reforzó la política migratoria. Vargas, sin pasaporte y con escasos recursos, decidió regresar con su esposa y su padrastro, rumbo a Bogotá, donde la familia mantiene un pequeño negocio.
Una ruta marítima para evitar el Darién
El peligroso tapón del Darién, que se había convertido en paso obligado hacia el norte, hoy permanece casi sellado. Para muchos, como Vargas, la alternativa es tomar embarcaciones que bordean la selva por el Caribe o el Pacífico.
Sin embargo, el riesgo sigue presente. En febrero, una niña venezolana de ocho años murió ahogada en aguas panameñas cuando naufragó la lancha en la que viajaba junto a otros migrantes.
Los botes, cargados de familias y jóvenes, avanzan de playa en playa hasta llegar a La Miel, último punto panameño antes de entrar en territorio colombiano. Desde allí, escoltados por militares, los grupos cruzan a pie un sendero que conecta con Sapzurro, un caserío del Chocó colombiano.
Sapzurro, entre migración y turismo
El pequeño pueblo de Sapzurro, con apenas 570 habitantes, se ha convertido en escala obligada del retorno migrante. A diario, entre 50 y 150 personas cruzan por sus calles antes de embarcarse hacia Capurganá y posteriormente a Necoclí.
La comunidad, preocupada por el impacto en el turismo, su principal fuente de ingresos, ha buscado un equilibrio. Según Enio Zúñiga, líder comunal, los vecinos acordaron permitir el transporte de migrantes en condiciones seguras, cobrando solo lo necesario para cubrir los costos de combustible.
Necoclí, el punto de retorno
Desde Capurganá, los migrantes continúan en lanchas más grandes hacia Necoclí, en el golfo de Urabá, lugar que años atrás marcó el inicio de la travesía hacia el Darién y que hoy se convierte en estación de regreso.
Vargas recuerda con dolor su paso por la selva: “Fue una tortura, no se lo recomiendo a nadie; muchos muertos, personas heridas, pasando hambre”.
A pesar de las dificultades, no descarta volver a intentar la ruta hacia Estados Unidos si las condiciones cambian en los próximos años. “Si en tres o cuatro años se puede pasar normal, lo volveríamos a intentar”, afirma.