Unos Juegos Olímpicos de invierno bajo la sombra del covid y en medio de acusaciones desde occidente en materia de derechos humanos: Pekín ve sus segundos Juegos Olímpicos como una oportunidad para recuperar prestigio en el tablero geopolítico mundial. Frente al 'boicot diplomático' en los Juegos ejercido por Estados Unidos y por varios países, el régimen comunista no pierde ocasión de denunciar que "se mezcle deporte y política". Pero la atribución de los Juegos es por naturaleza una decisión política con la intención de incrementar la influencia (el poder blando) de China, estima Steve Tsang, director del China Institute en la Universidad de Londres (SOAS).
Pekín no ha dudado en el pasado a la hora de boicotear un evento deportivo por motivos políticos.
Poco después de la fundación de la República Popular, la China comunista participaba en sus primeros Juegos Olímpicos en Helsinki en 1952, antes de boicotear el evento durante un cuarto de siglo.
El motivo: protestar contra la presencia de deportistas del régimen rival de Taiwán.
Hubo que esperar a la muerte del fundador del régimen, Mao Tse Tung, en 1976, para que el gigante asiático regresase a la competición en 1980, en los Juegos de Invierno de Lake Placid, en Estados Unidos.
Pero aquel mismo año, Pekín boicoteaba de nuevo los Juegos de verano de Moscú, junto a los países occidentales, en protesta contra la invasión de Afganistán por la URSS.
- Ecos de la pandemia -
Desde entonces, Pekín ha apostado por los Juegos para asentar su imagen de gran potencia, acumulando medallas y postulándose por primera vez para ser sede olímpica para la edición del 2000, finalmente concedida a Sídney.
El objetivo es proclamar la recuperación del país después de la humillación de la era colonial, de la era maoísta y del aplastamiento del movimiento democrático de Tiananmen en 1989.
La capital china triunfaba al fin en 2008 con unos Juegos Olímpicos de verano que resultaron un éxito a ojos de la comunidad internacional.
Ahora, China "tiene el orgullo de ver unos Juegos de invierno y de verano organizados por una misma ciudad, lo que supone una novedad y una excepción en la historia olímpica", revela Carole Gomez, especialista en geopolítica del deporte en el Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (Iris).
Ante la amenaza epidémica, el país en el que fue detectado por primera vez el covid-19 hace dos años recibe a los deportistas extranjeros en una burbuja sanitaria de la que no podrán salir.
Pero es también la ocasión para el poder de hacer ver su control sobre la pandemia, y de lucir su balance oficial de solo 4.636 muertos, que achaca a su sistema político autoritario.
- Club restringido -
Es cierto que Pekín no es el único en percibir los Juegos como un medio de posicionarse en la escena mundial: Tokio en 1964 o Seúl en 1988 firmaron el renacimiento de Japón y de Corea del Sur luego de la destrucción de la guerra. Los Juegos de Berlín en 1936 eran para Hitler un medio de celebrar el auge del nazismo.
Para Pekín, los Juegos Olímpicos de invierno, que van asociados a importantes inversiones en infraestructuras y a un gran componente tecnológico, permiten también el ingreso "en el club restringido" de países capaces de albergar un evento así, apunta Carole Gomez.
"Albergar los Juegos de invierno en su capital es un medio simbólico de afirmar que China no está a la zaga de democracias occidentales en términos de prestigio internacional", abunda Jung Woo Lee, investigador de política del deporte en la Universidad de Edimburgo (Escocia).
Pero es más una estrategia para consumo interno. "El verdadero mensaje destinado a los chinos consiste en demostrar que el Partido Comunista ha enderezado al país y le ha devuelto su orgullo", considera Steve Tsang.
"Pare ellos, eso significa: ahora somos una verdadera potencia en el mundo moderno con la que hay que contar", concluye Richard Baka, experto en olimpismo de la Universidad de Victoria en Australia.