Miguel Rodríguez, un panameño de 40 años, camina cada año los casi cien kilómetros que hay entre una barriada popular de la Ciudad de Panamá y la localidad caribeña de Portobelo, para agradecerle al Cristo Negro el milagro de sacarlo de las pandillas.
El feligrés cuenta que este año ha venido a Portobelo acompañado "como de 20 pelaos (jovencitos) que tienen entre 15 y 17 años", a los que considera la generación de relevo en esta tradición de venerar al milagroso.
"Es bonito porque nosotros, que ya somos viejos en esto, ya no vamos a resistir mucho", valora Rodríguez, quien afirma con orgullo que forma parte del comité del Santuario de San Felipe de Portobelo encargado de vestir y colocar al Nazareno en su altar.
"!Vengan al Santuario, qué viva Jesús Nazareno!", exclama Rodríguez, uno de los miles de devotos que cada año llegan a pagar penitencias, pedir milagros o como él, simplemente a agradecer, a la imagen del Cristo Negro, venerada desde 1658 en Portobelo, un pequeño pueblo bañado por las prístinas aguas del mar Caribe.
Ricardo Adames Obando, le dice a EFE que de sus "51 años bien vividos", tiene "32 años caminando hasta Portobelo desde Sabanitas, una localidad situada a 35 kilómetros, para venerar al Cristo Negro.
"Le recomiendo a todos los jóvenes que no dejen de creer y que no pierdan la fe, que el Nazareno es milagroso", afirma este peregrino, quien atribuye al Nazareno el que un hijo suyo, que ya tiene 19 años, haya sobrevivido recién nacido a una complicación de salud.
Adames Obando destaca que siempre trata de sumar gente a su iniciativa de caminar hasta la iglesia de San Felipe para venerar al Cristo Negro, porque el sentido de todo esto "es repartir la devoción, no ser egoísta" y sumar más fieles.
Este devoto católico afirma, sin titubeos y con una alegría contagiosa, que mientras tenga salud va a "seguir caminando" hasta Portobelo para agradecer al Cristo Negro del Santuario de San Felipe y que "cada año que pasa" lo hace "con más amor".
Historia
Según los historiadores, la imagen esculpida en madera negra con una túnica morada fue rescatada de las aguas del Caribe por un indígena en vísperas de que se desatara una epidemia de viruela, que cesó cuando el pueblo le rogó protección, el 21 de octubre de 1658.
Otra versión es que la imagen llegó a Portobelo a bordo de un galeón español con el objetivo de ser trasladada a Perú o Colombia, pero las violentas ráfagas de viento y lluvia provocaron que los marineros desistieran de zarpar y optaran por dejarla allí.