Palabras del Presidente Juan
Carlos Varela Rodríguez, en ocasión
del encuentro del Papa Francisco con
autoridades gubernamentales.
Desde hace casi 200 años, en este Salón a mi izquierda el
Libertador Simón Bolívar tuvo la visión de un continente
unido, donde Panamá jugaría un rol de centro del mundo.
En la Carta de Jamaica de 1815, el Libertador manifestó
su visión sobre la privilegiada posición geográfica de
Panamá: “Parece que si el mundo hubiese de elegir su
capital, el Istmo de Panamá sería señalado para este
augusto destino, colocado, como está, en el centro del
globo, viendo por una parte el Asia, y por la otra el
África y la Europa”. Hoy, con su presencia y la de cientos
de miles de jóvenes, se reafirma y se fortalece esa visión.
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Por estas tierras han pasado hombres y mujeres de fe a
llevar la palabra de Dios a otras naciones. Nuestras tres
ciudades, Panamá La Vieja o Nuestra Señora de la
Asunción, con su Camino de Cruces; el Casco Antiguo,
donde estamos hoy, con su ferrocarril y luego su Canal; y
la nueva Ciudad Moderna con su Canal Ampliado, su
centro logístico y financiero han sido testigos de ese
llamado “pro mundi beneficio”, a ser una nación al
servicio del mundo.
Santo Padre, quiero dejar un mensaje plasmado en la
historia ante las presentes y futuras generaciones. Ese
mensaje es el que usted escribió con motivo de la
Cumbre de las Américas celebrada en Panamá en el
2015, que decía:
“…los esfuerzos por tender puentes, canales de
comunicación, tejer relaciones, buscar el entendimiento
nunca son vanos. La situación geográfica de Panamá, en
el centro del continente Americano, que la convierte en
un punto de encuentro del norte y el sur, de los Océanos
Pacífico y Atlántico, es seguramente una llamada, “pro
mundi beneficio”, a generar un nuevo orden de paz y de
justicia y a promover la solidaridad y la colaboración
respetando la justa autonomía de cada nación.”
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Este poderoso mensaje nos recuerda el rol que nuestro
país está llamado a jugar a nivel global como promotor
de la paz, el diálogo y el respeto entre los pueblos.
Además, deja un compromiso en los aquí presentes, en
los panameños, en todos los que han escogido esta patria
como suya y en los que nos escuchan, a seguir esa
vocación de nuestra posición geográfica y convertirnos
en artesanos de paz con acciones que siempre aporten en
la construcción de la casa común.
La obra de la Iglesia Católica y las órdenes Religiosas en
estas tierras ha dejado una herencia maravillosa tanto en
la atención de los más necesitados como en el cuidado de
los enfermos y la educación.
Las edificaciones más emblemáticas de este Casco
Antiguo son un testimonio de la obra milenaria de la
Iglesia iniciada por aquellos 6 franciscanos que
acompañaron en 1514 al primer obispo de Darién,
pasando por los dominicos, los hermanos de las escuelas
cristianas de La Salle, los agustinos, los salesianos, los
mercedarios y, por supuesto, los jesuitas.
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Santo Padre, desde la llegada del primer miembro de la
Compañía de Jesús a Panamá hace 450 años, el Padre
Jerónimo Ruíz del Portillo, la orden ha jugado un rol muy
importante en la educación de miles de hombres y
mujeres que hoy sirven a nuestro país.
Fue la formación que recibí de sacerdotes jesuitas en el
Colegio Javier la que me permitió estar aquí con usted,
un Santo Padre latinoamericano, en un evento global
como este, en el país que me ha dado la oportunidad de
servirle como Presidente.
Le agradezco la bendición que nos ha dado, permitiendo
que Panamá sea la sede de este importante evento que
trae jóvenes de más de 150 países a escuchar su mensaje
de paz, amor y unidad, y a vivir la fe del Evangelio para
aplicarla en su vida diaria en la construcción de un
mundo mejor.
Su Santidad, En su Exhortación Apostólica Evangelii
Gaudium manifestó su petición a Dios por más políticos
capaces y honestos, y además se refirió a la política como
una altísima vocación, siendo una de las formas más
preciosas de la caridad, porque busca el bien común.
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Este mensaje transciende los confines del catolicismo. Su
visita nos da la oportunidad a todos, creyentes y no
creyentes, cristianos, judíos, musulmanes y a todos los
hombres y mujeres de buena voluntad, de unirnos por un
fin: poner al ser humano por encima, la obligación de
velar por nuestros hermanos, por los olvidados y
marginados, por el bien común.
Estoy seguro que entre los miles de jóvenes impactados
por esta Jornada se encuentran los futuros constructores
del orden mundial, que guiados por la fe, trabajarán
porque las riquezas de este hermoso planeta lleguen a
todos sus habitantes y se les permita vivir una vida digna,
sin que nadie se quede atrás.
Su visita a Panamá llega en medio de importantes retos
globales, en donde su mensaje trae una voz de aliento, de
fe y esperanza a los jóvenes de los países que enfrentan
conflictos políticos y sociales, crisis humanitarias,
desastres naturales, violencia, desigualdad, problemas
relacionados con el crimen organizado y la alternativa de
una complicada y dolorosa migración.
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Con su mensaje y su presencia, usted deja sembrada una
semilla en el corazón de nuestro pueblo, de los jóvenes y
de los que han seguido esta jornada, y de ella crecerá un
gran árbol que dará sombras de paz, equidad y
prosperidad a los habitantes de nuestra hermosa tierra.
Por eso, no sólo en nombre de Panamá y Centroamérica,
sino de nuestra región, le decimos una vez más: Gracias
por estar aquí, Santo Padre.
Nuestro pueblo en unidad abre sus puertas y su corazón
para recibir a Su Santidad y a los miles de peregrinos que
han venido de 5 continentes a acompañarlo y asegurar
que esta Jornada Mundial de la Juventud, en este verano
con sus vientos del norte, traiga una nueva era de fe y
esperanza a nuestro continente y al mundo entero.
¡Bienvenido a Panamá!
FUENTE: Redacción de ECO