El ruido es ensordecedor en un edificio de Caracas: máquinas "minan" bitcoins sin parar. En una Venezuela con costos irrisorios de electricidad, crear criptomonedas se ha convertido en un negocio muy rentable. Más pequeñas que cajas de zapatos y con un valor unitario de 400 dólares, casi 80 computadoras que funcionan a tiempo completo generan unos 125 dólares mensuales por equipo. Cuatro ventiladores enfrían el espacio donde la temperatura es alta.
"Descubrimos una forma de generar ingresos pasivos (...), transformando energía en dinero", cuenta a la AFP en su oficina, lejos del ruido, en el acomodado este caraqueño.
Su empresa instala equipos informáticos para criptomonedas, un proceso que genera una serie de secuencias numéricas complejas para acuñar una moneda virtual y validar transacciones financieras.
Esta tarea necesita una importante potencia de procesamiento y por lo tanto ingentes cantidades de energía.
En Venezuela, con un servicio eléctrico subsidiado y prácticamente regalado, minar es "rentable, porque una de las variables fundamentales es el costo de la energía eléctrica", explica Aaron Olmos, economista e investigador universitario en el área de criptomonedas.
Según Olmos, ni siquiera hacen mella los constantes apagones en las provincias, que salpican a la capital, provocados por un colapso de servicios públicos.
Tampoco influye que este país tenga uno de los anchos de banda fija más bajos del continente, superando apenas a Cuba y Haití, según el índice global de Speedtest.
"Para poder minar no necesitas tener el internet de superalta velocidad. Requieres tener un internet estable", según Olmos.
Toukoumidis y su actual socio aprovecharon la oportunidad. "Vendí mi carro para comprarme una máquina (...) y mi socio cambió la moto que tenía por una máquina", recuerda. En el comedor de su casa comenzó a armar computadoras para minado y venderlas a familiares y amigos en 2016.
"Nos decían 'yo quiero una' (...), sin entender absolutamente nada", cuenta.
- "Herramienta" contra la crisis -
Se trata, no obstante, de un reducido grupo de personas en medio de la peor crisis de la historia reciente del país con la inflación más alta del mundo. El 2020 cerró con 2.959,8% de inflación acumulada.
La moneda local -el bolívar- se pulverizó, así como el poder adquisitivo del venezolano, cediendo terreno al dólar.
"Tener criptomonedas es una forma de salir de la hiperinflación (...), una herramienta adicional para hacerle frente a la crisis", destaca el economista Olmos, a pesar de que las criptomonedas creadas por privados no tienen respaldo de bancos centrales.
Pedro -nombre ficticio- surfeó la inflación cuando en 2017 compró dos tarjetas de video por 800 dólares, con las que también se puede minar. Al tercer mes recuperó la inversión.
"Lo que iba produciendo me lo iba comiendo, literalmente. Me di gustos" como una computadora nueva, recuerda. De no haber gastado, saca cuentas, "20.000 dólares tuviese ahorita en el bolsillo".
El gobierno del presidente Nicolás Maduro incursionó también en el mundo cripto y lanzó en 2018 el Petro, vetada por Estados Unidos y tildada de "estafa" por plataformas de cambio de la web.
Mientras, el popular bitcoin es aceptado como método de pago, poco a poco, en negocios caraqueños.
Las transacciones en esta moneda, según el portal LocalBitcoin.com, generaron un pico de 303 millones de dólares en 2019 en Venezuela. En lo que va de 2021, se han transado 110 millones de dólares.
- "No se debe hablar" -
En Venezuela existe un ente regulador de criptoactivos (Sunacrip), creado en 2018 cuando la actividad era considerada ilegal. Dos años después, la generación de criptomonedas fue regulada mediante el Ejecutivo y Sunacrip lanzó un registro de mineros.
Toukoumidis se atiene a las reglas y cumple con los burocráticos permisos: "Nos hemos enterado en el camino de instituciones que dan trámites que ni sabíamos".
Por falta de papeleo, muchos siguen cayendo tras las rejas, según portales especializados como CriptoNoticias. La semana pasada, la policía arrestó a una mujer en Caracas, decomisándole 17 máquinas. En el interior del país, las incautaciones ascienden a centenares.
Por eso, muchos como Pedro, prefieren mantener un bajo perfil a su actividad minera. "Es algo (de lo) que es mejor no hablar".