Es sábado por la mañana y Marcia González debería estar en la iglesia, pero dejó a su marido a cargo de sus compromisos eclesiales. Libro en mano y voz de Caribe, ríe con las adolescentes que instruye en un colegio al sur de República Dominicana. “Órganos sexuales internos de la mujer”, dicen las letras de colores sobre un póster pegado al pizarrón.
La isla caribeña es una de las cuatro naciones que aún penaliza el aborto sin excepciones en América Latina, pero la imposibilidad de interrumpir de un embarazo es solo un eslabón de la cadena que vulnera los derechos de la mujer.
Aquí, denuncian activistas, la pobreza lleva a algunas madres a casar a sus hijas de 14 o 15 años con hombres de 50 o 60. El estigma dificulta que los jóvenes accedan a métodos anticonceptivos y a información sobre su uso. La tolerancia al incesto silencia el abuso sexual.
De cada 1.000 jóvenes de entre 15 y 19 años, 42 fueron madres en 2023, dice el Fondo de Población de las Naciones Unidas, y hasta 2019, cuando UNICEF publicó su último informe sobre el matrimonio infantil en el país, más de un tercio de las dominicanas establecieron uniones antes de cumplir 18.
La ley prohíbe los matrimonios de menores desde 2021, pero activistas y líderes comunitarias aseguran que las uniones continúan porque se han normalizado o se desconoce la legislación.
Para evitar que más niñas padezcan lo mismo, Marcia y otras dominicanas arman a las nuevas generaciones con educación. A través de agrupaciones locales o internacionales, forman “clubes de adolescentes” que abordan temas como educación financiera, autoestima y derechos reproductivos.
Así enseñan, por ejemplo, que organizar cajas de ahorro puede potenciar sus proyectos de vida y que conocer mejor sus cuerpos genera autocuidado.
Para ella y otras jóvenes, Marcia es lo que Plan International denomina “madrina”, una lideresa comunitaria que imparte los programas de esta organización que promueve los derechos de la niñez en comunidades vulnerables.
Según sus monitoreos, San Cristóbal y Azua, donde vive Marcia, son las ciudades dominicanas con mayores índices de embarazo adolescente y matrimonio infantil.
Para contrarrestarlo, sus programas gratuitos acogen a chicas de entre 13 y 17 años. Cada club se reúne un par de horas por semana, tiene hasta 25 participantes y cuenta con dos madrinas.
El modelo se replica en otras regiones como San Cristóbal, también al sur, donde la Confederación Nacional de Mujeres del Campo (Conamuca) lleva casi 40 años defendiendo los derechos de las dominicanas.
“Decimos que Conamuca nació con la lucha de la tenencia de la tierra, pero las coyunturas han ido cambiando y hemos integrado temáticas como soberanía alimentaria, reforma agraria y derechos sexuales y reproductivos”, explica Lidia Ferrer, una de sus líderes.
Sus clubes alcanzan a unas 1.600 niñas y adolescentes en 60 comunidades y su incidencia política y social aglutina a unas 10.000 mujeres en 15 federaciones.
Los módulos que abordan con las chicas cambian según las necesidades de cada región, pero entre los recurrentes destacan embarazo adolescente, uniones tempranas, feminicidio y sexualidad.
Según explica, la migración es cada vez más notoria en las zonas rurales, donde las mujeres caminan kilómetros para estudiar o conseguir algo tan básico como un galón de agua, y los servicios de salud no garantizan los derechos sexuales y reproductivos. “Tenemos un Estado que te dice no abortes, pero tampoco te brinda los métodos anticonceptivos necesarios para evitar el aborto”.
En las comunidades, asegura, hay niñas de 13 años viviendo con hombres sesenta y tantos y cuando se convierten en madres nadie cuestiona sus embarazos.
En otras ocasiones, refieren Kathy y otras activistas, hay padres que “entregan” a sus hijas a sus parejas porque no pueden mantenerlas o descubren que no son vírgenes.
“Mi hermana salió embarazada a los 16 y fue algo muy perturbante”, dice Laura Pérez, de 14 años e integrante de uno de los clubes de Conamuca. “Se unió a una persona mucho mayor que ella y ya tienen un bebé de un año. Yo digo que no fue lo mejor”.
Las dinámicas de los clubes cambian constantemente para que las adolescentes compartan sus experiencias en un ambiente seguro y amoroso. A veces inician con sesiones de relajación y otros días organizan juegos, como sopas de letras con palabras como “feminismo” y “sexo” o verdadero y falso. Por ejemplo, ¿es cierto que la educación sexual integral puede proporcionarte mejores habilidades para la vida?
Las huellas de los avances son semillas que germinan. Si un padre le dice a su hija que no corte limones cuando está menstruando, ella responde que eso no tiene sentido. Si un grupo de niñas va una fiesta y los baños no tienen pestillo, se acompañan para protegerse. Si una adolescente acude a una clínica de salud para pedir un implante anticonceptivo subdérmico y la enfermera amenaza con acusarla con su madre, sabe que cuenta con su madrina.
Cada día es más común que en los salones de Plan y Conamuca retumben las voces de jóvenes que planean su futuro. Francesca Montero tiene 16 años y quiere ser pediatra. Perla Infante, de 15, psicóloga. Lomelí Arias, de 18, enfermera.
“¡Yo quiero ser militar!”, grita Laura Pérez, la chica de 14 que dice cuidarse para no seguir los pasos de su hermana.