Cuando la tormenta Daniel derramó a principios de septiembre trombas de agua en el pueblo de Vlochos, en Grecia central, Nikos Falangas apenas tuvo tiempo de huir de su casa con su esposa y su hijo.
"Lo único que pude salvar fue una foto familiar y los juguetes de mi hijo. Es todo lo que queda de la casa donde nací y crecí", dice a la AFP, con los ojos nublados por las lágrimas.
Eri, un trabajador albanés de un pueblo cercano, ayuda a rescatar electrodomésticos del interior de otro hogar. El hombre observó cómo, en el punto álgido de las inundaciones, el agua llegó a los tejados de las casas tradicionales de una sola planta.
La mayoría de los habitantes se marcharon. Las pocas docenas que quedan se refugian en la iglesia local, construida sobre una colina y, por tanto, con menos riesgo de inundación.
La tormenta sin precedentes dejó 17 muertos y devastó la región central de Tesalia, el corazón de la producción agrícola de Grecia.
La inundación ahogó a decenas de miles de animales de granja, al tiempo que arrasó almacenes que contenían fertilizantes, herbicidas, gasolina y otros productos químicos, dejando una mezcla tóxica.
Reconstruir el pueblo donde nacieron
Restos de muebles, electrodomésticos destruidos y harapos se acumulan por doquier mientras el hedor de los animales muertos y el agua contaminada invaden el aire.
Los aldeanos de Vlochos se esfuerzan por reconstruir lo poco que queda, al mismo tiempo que nubes negras oscurecen el horizonte. El cielo se llena de relámpagos y empiezan a caer gruesas gotas de lluvia.
Un nuevo frente tormentoso, bautizado Elías, comenzó a azotar a Grecia el martes, trayendo consigo fuertes lluvias y aguanieve.
Ante el aluvión de críticas por el fracaso de la cooperación entre el ejército y la protección civil en las horas posteriores a la catástrofe, el gobierno prometió más de 2.100 millones de dólares en fondos para la reconstrucción.
Dimitris Malai, un profesor de gimnasia de 27 años, está decidido a reconstruir su vida en el pueblo. "Aquí es donde crecimos. Queremos reconstruir nuestro pueblo. Pero las autoridades deben hacer algo, de lo contrario no será posible", subraya.
Algunos habitantes de Vlochos subrayan que el Estado sigue brillando por su ausencia. "Nadie vino a vernos ni a ayudarnos. Sólo algunas organizaciones de voluntarios nos apoyaron", comenta Apostolis Makris, un policía de 62 años.
"Lo teníamos todo y ahora no tenemos nada. Son unos sinvergüenzas", dice refiriéndose al gobierno.
"Todas nuestras reliquias familiares, fotografías y objetos de gran valor sentimental quedaron destruidos. Es como si me hubieran arrancado una parte importante de mi vida. Es lo que más me duele", resume.