La economía panameña decreció 20% en 2020. Es un número realmente impactante porque se mezcla con $11 mil millones de dólares en deuda y un hueco fiscal por que anda por 10%.
El diálogo para salvar el programa de invalidez, vejez y muerte de la Caja de Seguro Social (CSS) debe rendir propuestas concretas hacia finales del mes de septiembre o principios de octubre. Para noviembre debemos tener más claridad sobre el contenido del Pacto del Bicentenario “Cerrando Brechas” y para finales de año una nueva convención colectiva que lleve al establecimiento del salario mínimo debe estar aterrizando sus recomendaciones y negociaciones finales.
La moratoria bancaria termina el 30 de septiembre y para octubre se espera una reactivación final de los contratos suspendidos. Es mucho andando al mismo tiempo con un elemento en común que despierta algo de suspicacia: tendremos conciencia sobre lo que nos cuesta no escuchar? Cual es el precio de actuar irracionalmente? Eso es precisamente lo que persiguen definir aquellos que nos cautiva la economía conductal o “behavioral economics” en inglés. Cuando analizamos comportamientos que afectan nuestras decisiones económicas desde la perspectiva del campo de la psicología, o de otras ciencias sociales empezamos a explorar un sin número de alternativas que quizás nos parecían irracionales o equivocadas.
Los actores involucrados en estas mesas de diálogos, de convenciones colectivas, de acercamientos para lograr mejores días y soluciones deben poner en una balanza el poder de escuchar sin querer convencer. Deben aspirar a dejar el ego en la puerta del salón dónde vayan a entrar a negociar, a conversar o a intercambiar impresiones porque las decisiones que se tomen hoy afectarán a miles en años por venir.
Es tan fácil perder la confianza. Recuperarla es muchas veces un esfuerzo destinado al fracaso. Empleadores y trabajadores. Diputados y sociedad civil. Clientes y Banqueros. Gobiernos y ciudadanos. El precio de no escuchar tiene un impacto millonario en esos rubros que nos quitan el sueño como las aulas de clase sin agua o los niños que mueren por malnutrición. Estemos pendientes y no vacilemos en hablar, en expresar nuestras posiciones y recomendaciones desde la humildad que se necesita para escuchar bien, con amor y con intención.