Arrastrándose por las calles de la vieja ciudad colonial de Portobelo, la panameña Yariela Ortiz busca encontrarse con el Cristo Negro. El sudor cae por su rostro y empapa la camiseta verde que viste, mientras la humedad comienza a minar sus fuerzas, tanto a ella como a cientos de panameños que acuden a la cita de cada 21 de octubre.
Un acompañante le va mostrando una estatuilla del Cristo que tanto busca. Ella lo contempla con devoción y parece que va a llorar. Pero guarda las fuerzas para encarar el último tramo. A veces cambia de posición y sigue avanzando sentada o de rodillas.
Atrás acaba de dejar la vieja batería de cañones del fuerte de San Jerónimo, símbolo de una época colonial. Por el camino se va encontrando con otros peregrinos. Algunos están exhaustos y piden agua. Los más fanáticos golpean sus espaldas con correas o se dejan derramar cera ardiendo sobre su cuerpo.
"Estamos llegando, estamos llegando, Yariela", escucha esta peregrina a las puertas de la iglesia de San Felipe, santuario del Cristo Negro.
Cuando finalmente entra al templo, entre vítores al Nazareno, no puede evitar llorar mientras se santigua. Una vez calmada, atina a encender una de las velas para realizar ofrendas.
"Esta es una ocasión especial porque mi hija casi se muere el 4 de octubre. Estuvo en coma por tres días y yo le ofrecí al Nazareno que si él me la sacaba a ella y al bebé sanos y salvos yo entraba arrastrándome delante de él para darle las gracias", dice Yariela.
Atrás quedaron los 55 km que peregrinó desde Sabanitas, otro pueblo de la provincia de Colón. Ahora dice que el próximo año volverá a peregrinar con su hija y su nieto.