El papa Francisco fue recibido con entusiasmo este viernes por la pequeña comunidad católica de Mongolia, en su primera visita oficial a este país de Asia central, que comenzó con un mensaje de "unidad y paz" para la vecina China, en un contexto de esfuerzos por mejorar los vínculos con Pekín.
Francisco aterrizó poco antes de las 10H00 (02H00 GMT) en la capital del país, Ulán Bator, donde el papa, que se desplazó en silla de ruedas, fue recibido por la ministra de Relaciones Exteriores, Batmunkh Battsetseg, escoltada por un séquito de guardias de honor mongoles con vestimentas tradicionales.
Después, se dirigió a la residencia del obispo italiano Giorgio Marengo, que es el cardenal más joven del mundo y ejerce como representante de la prefectura apostólica de Ulán Bator.
A su llegada, el pontífice fue aclamado por cientos de personas que lo saludaron y gritaron: "¡Larga vida al papa!".
La monja Aleth Evangelista contó a la AFP que ella y otras religiosas se sienten "bendecidas y afortunadas de recibir al papa" en un país donde hay cerca de 1.400 fieles, en una población de más de tres millones de personas.
Esta es la segunda visita de Francisco a Asia central en un año, después de la gira a Kazajistán en septiembre de 2022, lo que pone en relieve la importancia geopolítica de esta región.
"Bendiciones divinas de unidad y paz"
Durante el vuelo de nueve horas, Francisco envió un telegrama con "plegarias" y "buenos deseos" al presidente chino, Xi Jinping, informó el Vaticano, siguiendo la tradición de mandar agradecimientos a los países que sobrevuela el avión papal.
"Asegurándole mis oraciones por el bienestar de la nación, invoco sobre usted todas las bendiciones divinas de unidad y paz", afirmó.
Preguntado durante el vuelo si es compleja su labor diplomática, el papa respondió: "Sí, no saben hasta qué punto es difícil". "A veces hay que tener sentido del humor", añadió.
Pekín respondió al mensaje del pontífice afirmando que desea "reforzar la confianza mutua" con el Vaticano y promover "un proceso de mejora de las relaciones bilaterales", en palabras del portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Wang Wenbin.
China y el Vaticano no tienen relaciones diplomáticas.
El Partido Comunista de China es oficialmente ateo y ejerce un férreo control sobre las organizaciones religiosas, lo que incluye la revisión de los sermones y la selección de los obispos.
Francisco inició un esfuerzo para mejorar el vínculo con China y en 2018 la Santa Sede llegó a un acuerdo secreto con las autoridades de Pekín que permitió a ambas partes tener voz en el nombramiento de obispos en China. Este acuerdo fue renovado por dos años en octubre del año pasado.
El viaje, el 43º que realiza Francisco en sus más de diez años al frente de la Iglesia católica, es crucial para las relaciones del Vaticano con Pekín y Moscú, adonde el papa no ha sido invitado aún.
Desafío físico
El trayecto en avión también es una prueba física para este jesuita que tiene varios problemas de salud, incluyendo una hernia abdominal y dolores agudos en una rodilla.
Tras una jornada de reposo este viernes, Francisco arrancará su programa con una ceremonia de bienvenida el sábado y encuentros con el presidente, Ukhnaa Khurelsukh, y el primer ministro, Luvsannamsrai Oyun-Erdene.
Francisco también se reunirá con la comunidad católica local, que cuenta apenas con 25 sacerdotes (solo dos de ellos mongoles) y 33 monjas.
El domingo está prevista una misa en un estadio de hockey sobre hielo, donde participarán peregrinos de países vecinos.
Mongolia, que antaño fue parte del imperio de Gengis Kan, depende de Rusia para la importación de energía y de China para la exportación de materias primas. Aunque mantiene una línea neutral, busca un equilibrio en la escena internacional.
Este estatus puede ayudar al Vaticano en sus relaciones con Pekín y Moscú, ya que la Santa Sede trata de impulsar un acuerdo de paz para la guerra en Ucrania.
El papa Francisco puede usar también este viaje a un antiguo satélite de la órbita Unión Soviética, convertido en democracia desde 1992, para promover su defensa del medioambiente.
Mongolia sufre los impactos del cambio climático por la minería, el pastoreo excesivo y la desertificación y esto ha obligado a los nómadas, que constituyen un tercio de la población, a emigrar a la capital, que ahora está rodeada de viviendas precarias para los desplazados.