El centro cultural de Bamiyán en Afganistán debía estar concluido en agosto, mostrando el extraordinario legado de un sitio que los talibanes profanaron hace dos décadas, al dinamitar unas antiguas estatuas de Buda. Pero la inauguración tendrá que esperar: con la entrada victoriosa de los talibanes en la capital Kabul, todo quedó paralizado. "Todo está suspendido", dijo Philippe Delanghe, de la Unesco, la agencia cultural de Naciones Unidas, quien indicó que están a la espera de las decisiones del nuevo régimen.
Ahora que está en manos de los talibanes (islamistas radicales), han aflorado temores sobre su patrimonio histórico.
En marzo de 2001, los talibanes se sirvieron de dinamita y artillería para destruir dos gigantescas estatuas de Buda de 1.500 años de antigüedad, esculpidas en un acantilado en Bamiyán, a 175 km al oeste de Kabul.
Muchos consideran que esa destrucción gratuita constituye uno de los peores crímenes culturales del mundo.
Fue un acto que puso la ideología radical de los talibanes en el centro de la atención mundial, apenas unos meses antes de los atentados del 11 de septiembre ejecutados por Al Qaida, otro grupo islamista radical que operaba desde Afganistán bajo los talibanes.
- Encrucijada de civilizaciones -
Los talibanes dijeron en febrero que las reliquias de Afganistán son parte de la "historia, identidad y rica cultura" del país y Kabul, y que "todos tienen la obligación de proteger, monitorear y preservar estos bienes".
Entre los principales sitios de Afganistán, se encuentran los santuarios budistas de Mes Aynak y el minarete de Jam del siglo XII, declarado Patrimonio Mundial por la Unesco.
Pero desde su llegada al poder, los talibanes no han dicho nada más.
Y hay señales preocupantes. A mediados de agosto, residentes de Bamiyán acusaron a los talibanes de destruir una estatua en honor a un líder hazara, un grupo étnico perseguido por los talibanes, a quien asesinaron en los años 1990.
En algunas imágenes difundidas en redes sociales, se ve la estatua decapitada, pero la AFP no pudo verficarlas.
Philippe Marquis, director de la Delegación Arqueológica Francesa en Afganistán (DAFA), declaró a la AFP que se mantiene cauto sobre lo que pueda pasar.
"No tenemos una declaración que diga 'vamos a destruir todo o borrar todo el pasado no islámico'", comentó.
Desde 2016, la destrucción de sitios de patrimonio histórico constituye un crimen de guerra.
- Gran preocupación -
Aún así, muchos están preocupados por el Museo Nacional en Kabul, que sobrevivió a la guerra civil de 1992-1996 tras el retiro militar soviético, y también al primer gobierno talibán, de 1996 a 2001.
Algunos temen que se produzcan saqueos masivos, como ocurrió tras los conflictos en Irak y Siria, donde combatientes extremistas vendieron piezas antiguas en el mercado negro para generar ingresos.
Sin embargo, la toma de Kabul por los talibanes se hizo casi sin disparar un tiro, y el museo parece haber salido indemne.
Solo un tercio de los miles de objetos preciosos del museo de Kabul han sido catalogados.
El director de esa institución, Mohamad Fahim Rahimi, indicó en agosto al New York Times que los talibanes le prometieron que lo protegerían, aunque admitió estar preocupado "por la seguridad de nuestro personal y de nuestra colección".
- Retórica vacía -
La financiación internacional para la protección cultural en Afganistán fue suspendida y no se sabe cuándo se reanudará.
"Estamos conteniendo la respiración [...] pero espero que pronto podamos respirar un poco mejor", dijo Marquis.
Muchos afganos que trabajaban para proteger el patrimonio cultural han huido al exterior o están ocultos, con miedo de hablar.
Quienes sí lo han hecho advierten que las promesas de protección de los talibanes no son más que palabras vacías para ganarse el apoyo de la comunidad internacional.
Un funcionario que trabajó con el gobierno de Bamiyán afirmó que los combatientes talibanes destruyeron instrumentos y piezas de arte del departamento de Cultura, luego de tomar la provincia a principios de agosto.
"Yo estaba triste pero no podía protestar", lamentó el funcionario.
"No tenía garantías de que no fueran a acusarme de idolatría, volver sus armas contra mí y matarme", explicó.