Treinta años después de la peor catástrofe nuclear de la historia, la zona altamente contaminada de Chernóbil, abandonada por sus habitantes, se ha transformado en una reserva única de animales salvajes.
Una imagen que podría parecer surrealista a quienes guardan el recuerdo del drama de Chernóbil y de sus fatídicas consecuencias.
El 26 de abril de 1986 estalló el cuarto reactor de la central de Chernóbil, en el norte de la república socialista soviética de Ucrania, extendiendo la contaminación a buena parte de Europa. En un radio de 10 km alrededor de la central, el nivel de radiación sigue alcanzando 1.700 nanosieverts por hora, una cifra entre 10 y 35 veces superior a la norma observada en Estados Unidos.
Aunque según Vishnevski, que también es zoólogo, la presencia humana es mucho más nociva para los animales que las radiaciones.
La fauna de la zona tienen una esperanza de vida menor y una tasa de reproducción inferior a causa de los efectos de la radiación. Sin embargo, su número y variedad han aumentado a un ritmo inédito tras la caída de la Unión Soviética en 1991.
"Aquí la radiación está por todas partes, y eso tiene efectos negativos", recuerda Vishnevski. "Pero es menos significativo que la ausencia de intervención humana", añade. En los días posteriores a la explosión, más de 130.000 personas fueron evacuadas de la región, abandonando instalaciones que han quedado como congeladas en el tiempo.
Poco después del desastre, unos 10 km2 de pinar que rodeaban la central quedaron destruidos, por la absorción de un nivel alto de radiación, y los pájaros, roedores e insectos que vivían allí desaparecieron igualmente.
El lugar del "Bosque Rojo", llamado así por el color de los árboles dañados, fue arrasado con aplanadoras y los pinos muertos, enterrados como desechos nucleares.
Sin embargo, desde entonces ha surgido en el mismo lugar un nuevo bosque de pinos y abedules, más resistentes a la radiación. Y la naturaleza ha experimentado transformaciones de lo más curioso.
Por una parte han desaparecido las especies dependientes de los desechos producidos por humanos, como las cigüeñas, los gorriones o las palomas. Al mismo tiempo han resurgido especies indígenas que habían prosperado mucho antes de la catástrofe, como lobos, osos, linces y pigargos.
En 1990, un puñado de caballos de Przewalski, en vías de desaparición, fueron llevados al lugar para ver si podían reproducirse.
El experimento fue tan bien que hoy en día más de cien ejemplares pastan placenteramente en unos campos vacíos. "Es lo que llamamos un renacimiento medioambiental", comenta Vishnevski.
Marina Shkvyria, investigadora del Instituto de Zoología Schmalhausen, que vigila la zona de Chernóbil, advierte no obstante de que la gran cantidad de turistas que visitan la zona y los empleados de mantenimiento de la central están deteriorando la naturaleza.
"No puede decirse que sea un paraíso para los animales", destaca. "Mucha gente trabaja en la central. Y hay turistas y cazadores furtivos", añade.
El reto ahora está en aprender a usar esta biosfera emergente sin causar daños, señala el ingeniero Vishnevski.
"El contraste entre el Chernóbil de antes de la catástrofe y el que vemos treinta años más tarde es sorprendente", dice. "Estos animales son tal vez la única consecuencia positiva de la terrible catástrofe".